Ratzinger y la esperanza




La encíclica de Benedicto XVI, "SPE SALVI", es para mí una obra maestra de la filosofía. Obra que habla de los destellos que dimanan del MAGNUN MYSTERIUM TREMENDUM ET FASCINANS: "Tener fe es tener esperanza." Algo que siente todo el mundo, una esperanza en el mañana y una esperanza para después de morir.

Para mí Dios es lo inefable, lo que acoge el misterio, la duda, la esperanza, la nostalgia y los valores éticos y estéticos. No estoy refiriéndome a un Dios barbudo del Antiguo Testamento ni a la Trinidad.

Nietzsche criticaba mucho a los cristianos describiéndoles como muertos en vida. Ratzinger discrepa: "El mensaje cristiano no es sólo «informativo», sino «performativo». Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva. La gran esperanza: yo soy definitivamente amado, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera." No es lo mismo vivir para la nada, para un absurdo, que para un esperanzado futuro, aunque sea misterioso, abismal y, por supuesto,  dudoso.

La fe es esperanza, pero también es nostalgia de un mundo perdido: "La Carta a los Hebreos dice que los cristianos son huéspedes y peregrinos en la tierra, añorando la patria futura. La presencia de la muerte, ante la cual es inevitable preguntarse por el sentido de la vida."

La fe, la creencia, es indispensable en la vida. El sentido común es, por ejemplo, una creencia social que no solemos poner en duda, salvo si pensamos metafísicamente. Benedicto XVI aclara: "La fe es un habitus, es decir, una constante disposición del ánimo, gracias a la cual comienza en nosotros la vida eterna y la razón se siente inclinada a aceptar lo que ella misma no ve. La fe otorga a la vida una base nueva, un nuevo fundamento sobre el que el hombre puede apoyarse. No se puede dejar de ver la relación que hay entre estas dos especies de «sustancia», entre sustento o base material y la afirmación de la fe como «base», como «sustancia» que perdura." ¿Qué apoyo tiene un materialista? ¿La materia? ¿Qué es la materia? ¿En qué se apoya la razón, si no es en axiomas, postulados y creencias de toda índole? 

La gran aventura del pensar viene de la Grecia Clásica, dos mil años antes. Ellos, Sócrates y Platón, son los verdaderos maestros. Filósofos racionalistas que ya entrevieron lo limitado de la razón para explicar y aprehender el mundo.

La razón, la diosa de la modernidad, es impotente por si misma, lo que no quiere decir que no sea útil, pero siempre en compañía de otras cosas, aunque tenga derecho de veto. Esta idea ha hecho surgir la posmodernidad, cuyo discurso dice: si la razón no es capaz de decirme nada seguro, es que nada hay seguro, nada tiene valor, nada tiene sentido. El péndulo hacia el otro lado, el escepticismo, el nihilismo. 

Algunos dicen que el cerebro creó al hombre. Todo lo contrario. La materia no existe tal y como aparece. La fe en una materia tocable, que posee propiedades mágicas y de dónde emerge una conciencia, es infinita. Y nadie ha podido confirmar su existencia, ni siquiera los más eminentes físicos. Al menos, reconozcamos que estamos hablando de fe. Si la filosofía sirve para aumentar la lucidez, la percepción del desorden, no sé si es bueno que progrese. Filosofo porque algo me impulsa a hacerlo, pero no sé si es el Bien. Imagino que si.

La encíclica continúa con el tema de la muerte, "La muerte como un remedio. La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia». Obviamente, hay una contradicción en nuestra actitud, que hace referencia a un contraste interior de nuestra propia existencia. Por un lado, no queremos morir; los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos. Por otro lado, sin embargo, tampoco deseamos seguir existiendo ilimitadamente, y tampoco la tierra ha sido creada con esta perspectiva. Entonces, ¿qué es realmente lo que queremos? En el fondo queremos sólo una cosa, la «felicidad». Agustín dice también: pensándolo bien, no sabemos en absoluto lo que deseamos, lo que quisiéramos concretamente. Desconocemos del todo esta realidad; incluso en aquellos momentos en que nos parece tocarla con la mano no la alcanzamos realmente. Lo único que sabemos es que no es esto, no conocemos esta «verdadera vida» y, sin embargo, sabemos que debe existir un algo que no conocemos y hacia el cual nos sentimos impulsados. Agustín describe de modo muy preciso y siempre válido, la situación esencial del hombre, la situación de la que provienen todas sus contradicciones y sus esperanzas. De algún modo deseamos la vida misma, la verdadera, la que no se vea afectada ni siquiera por la muerte; pero, al mismo tiempo, no conocemos eso hacia lo que nos sentimos impulsados. No podemos dejar de tender a ello y, sin embargo, sabemos que todo lo que podemos experimentar o realizar no es lo que deseamos." Esta «realidad» desconocida es la verdadera «esperanza» que nos empuja, Mysterium Tremendum et Fascinans. "Podemos solamente tratar de salir con nuestro pensamiento de la temporalidad a la que estamos sujetos y augurar de algún modo que la eternidad no sea un continuo sucederse de días del calendario, sino como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad. Sería el momento del sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tiempo – el antes y el después– ya no existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este momento es la vida en sentido pleno, sumergirse siempre de nuevo en la inmensidad del ser." Aquí Ratzinger ha hablado de la inmortalidad pero lo ha hecho desde el punto de vista de un místico, de un poeta.

Y es cuando comienza su critica a la falsa verdad del positivismo y a su fe en el progreso: "Ahora, en este mundo positivista ya no se espera de la fe, sino de la correlación apenas descubierta entre ciencia y praxis. Por eso, en Bacon la esperanza recibe también una nueva forma. Ahora se llama: fe en el progreso. En el s. XVIII no faltó la fe en el progreso como nueva forma de la esperanza humana y siguió considerando la razón y la libertad como la estrella-guía que se debía seguir en el camino de la esperanza. El error de Marx no consiste sólo en no haber ideado los ordenamientos necesarios para el nuevo mundo. Su error está más al fondo. Ha olvidado que el hombre es siempre hombre." Recordemos a Maquiavelo, "Ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. Ha olvidado que la libertad es siempre libertad, incluso para el mal. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo. Dicho de otro modo: la ambigüedad del progreso resulta evidente. Indudablemente, ofrece nuevas posibilidades para el bien, pero también abre posibilidades abismales para el mal, posibilidades que antes no existían. Todos nosotros hemos sido testigos de cómo el progreso, en manos equivocadas, puede convertirse, y se ha convertido de hecho, en un progreso terrible en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior, no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo." Entran en juego los valores, donde la ciencia no tiene nada que aportar, "La libertad necesita una convicción; una convicción no existe por sí misma, sino que ha de ser conquistada comunitariamente siempre de nuevo. Con semejante expectativa se pide demasiado a la ciencia; esta especie de esperanza es falaz. La ciencia puede contribuir mucho a la humanización del mundo y de la humanidad. Pero también puede destruir al hombre y al mundo si no está orientada por fuerzas externas a ella misma. La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida."

El discurso de Ratzinger es un discurso racional, pero sus bases están firmemente asentadas en la intuición esperanzada y un sentimiento nostálgico. "A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida. Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar. En este sentido, la época moderna ha desarrollado la esperanza de la instauración de un mundo perfecto que parecía poder lograrse gracias a los conocimientos de la ciencia y a una política fundada científicamente. Así, la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido reemplazada por la esperanza del reino del hombre. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es «realmente»."

Incluso en soledad, cuando ya nadie me escucha, Dios todavía lo hace. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Alguien me observa, me siento observado, cuidado y abandonado. "Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar."

¿Y el dolor? Algo que están intentando vendernos como algo evitable los gurús de la autoayuda. Aquí Ratzinger escoge su lado taoísta, "Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación." Esta es la aceptación taoísta, como salvación individual, pero a Benedicto XVI le interesa la salvación comunitaria. ¡Cuántas veces habré escuchado y leído aquello que aconseja huir de las personas negativas, ten siempre una sonrisa, acude con los sonrientes! "Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana. Y también el «sí» al amor es fuente de sufrimiento, porque el amor exige siempre nuevas renuncias de mi yo, en las cuales me dejo modelar y herir. En efecto, no puede existir el amor sin esta renuncia también dolorosa para mí, de otro modo se convierte en puro egoísmo y, con ello, se anula a sí mismo como amor. Por eso necesitamos también testigos, mártires, que se han entregado totalmente, para que nos lo demuestren día tras día." Cristo.

Fue el desolado Schelling de la vejez: el que confiesa cómo «la inscripción que Dante dice haber visto en la puerta del infierno debería figurar a la entrada de la filosofía. ¡Abandonad toda esperanza los que aquí entráis! Quien quiera filosofar de verdad debe renunciar a toda esperanza, a todo deseo, a toda añoranza, no debe querer nada, no debe saber nada, ha de sentirse solo y pobre y darlo todo para ganarlo todo». El hombre no necesita filosofía, una filosofía que suele abusar de lo racional. El hombre necesita creencias, fe, necesita religión, idealizar su sentimiento y su intuición, que nos llevan muy lejos. Pero, por favor, no confundidlo con la superstición: la mayoría de las religiones oficiales lo son.

La hipotesis según la cual toda la realidad explicado-implicada funciona como un fondo de energía en incesante actividad, como un logos que todo lo genera y fundamenta. Este movimiento totalizador está a favor, claro, de una dimensión psíquica de la materia. Sería algo así como un conglomerado de energía y mente que causa el orden explicado físico y psíquico. Me gusta como hipótesis, porque la naturaleza misteriosa humana tiende a reducir el fundamento último a lo Uno. No entiendo porqué os salen sarpullidos cuando hablamos de fe. Es cierto que en la religión católica, significa la primera de las tres virtudes teologales, asentimiento a la revelación de Dios, propuesta por la Iglesia. Pero también significa: Conjunto de creencias de alguien, de un grupo o de una multitud de personas. Las creencias constituyen el trasfondo cognitivo básico del ser humano. Cualquier proceso racional deductivo necesita apoyarse sobre premisas, axiomas o postulados no demostrados. Los procesos inductivos precisan de la creencia en la regularidad de los procesos de la naturaleza. Por no hablar del conocimiento intuitivo o del sentimiento casi místico del libre albedrío.

El problema no es tener fe. El problema es no reconocer que es imprescindible para el conocimiento, para ser.

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