París sí se acaba siempre

Había ido a París a ver la casa de Cioran en el 21 de la Rue de l'Odéon, y a tomarme un café en el Flore, en el Bulevard de Saint Germain. Ya en el avión de vuelta, me atreví a hojear el libro y a pensar en los días pasados. Contemplando la vida con ironía, con cierto escepticismo desilusionado y esperanzado al mismo tiempo. Con una idiotez y vanidad en mi pose, proclive a hacer el ridículo en cualquier momento. Siendo o intentando ser un enigma para los otros, pero pasando, al fin, completamente desapercibido, inexistente, transparente, sin dejar rastro ni huella en nadie. Nadie que testificara por el testigo. Intentando entender y sabiendo que entendería solo lo que está en medio, pero nunca el principio ni el final. Con variedades diafásicas, al estar solo. Los viajes en metro, en medio de mendigos con perros y olores a orín. No conozco a nadie que tenga menos vida personal que yo, me decía. Ningún hombre es alguien, respondía. La vida es demasiado trivial, como cualquier tipo de conversación que se escuche en cualquier calle o café. La conciencia es una huida hacia adelante. Es imposible darse la vuelta, aunque parezca de imbéciles alimentar ese tumor creciente que te separa y aísla del mundo. Si yo tuviera la fuerza de voluntad de no hacer nada, no haría nada. Eso es de héroes. Yo me muevo gracias, o, mejor dicho, esclavizado por mis carencias.



Entradas populares

Piedras

Fourier