Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu (1864), de Maurice Joly
Esta obra, crítica contra Napoleón III, se salvó del olvido gracias al plagio parcial que de ella realizó el redactor de los Protocolos de los Sabios de Sión (1898), obra antisemita fabricada por la policía zarista donde se exponen los presuntos planes secretos judíos de dominación mundial. Un periodista se percató de la similitud que existía entre el libelo ruso y el diálogo de Joly, quien había consumido sus días pobre, enfermo y acabado el 17 de julio de 1887, cuando se descerrajó un tiro en la sien. Desfilan por el libro las siguientes ideas tan de actualidad en España:
Que el autoritarismo sea personal o colegiado es una cuestión secundaria; lo que importa es la confiscación del poder siguiendo métodos precisos para que sea tolerada e inadvertida por los ciudadanos. Hay que confiscar el poder mediante un ropaje de fraseología liberal.
Hay que manipular a la opinión pública, aturdirla, sumirla en la incertidumbre mediante asombrosas contradicciones, obrar en ella incesantes distorsiones, desconcertarla mediante toda suerte de movimientos diversos.
Hay que dejar en libertad a un sector de la prensa, pero suscitando una saludable propensión a la autocensura por medio de un depurado arte de la intimidación.
El Estado mismo debe hacerse periodista, y debe hacerse criticar por uno de los periódicos a sueldo a fin de mostrar hasta qué punto se respeta la libertad de expresión.
Hay que quitar al Parlamento toda iniciativa que no convenga.
Hay que hacer y deshacer constituciones, exhumar viejas leyes represivas sobre la conservación del orden para aplicarlas en general fuera del contexto que les dio nacimiento, creando jurisdicciones excepcionales, cercenando la independencia de la magistratura, controlando el “estado de emergencia”, fabricando diputados incondicionales.
Hay que desquiciar a las instituciones liberales disimulada pero tenazmente.
Es propio del cesarismo apoyarse justamente en la voluntad de aquellos a quienes aniquila.
El totalitarismo pretende hacer de cada ciudadano un militante.
Mi único crimen fue decir la verdad a los pueblos como a los reyes; no la verdad moral, sino la verdad política; no la verdad como debería ser, sino como es. El maquiavelismo es anterior a Maquiavelo.
La soberanía popular es destructiva, pues consagra para siempre el derecho a la revolución que engendra la demagogia que da nacimiento a la anarquía que conduce al despotismo.
Mientras los pueblos han contemplado la soberanía como una pura emanación de la voluntad divina, se han sometido sin un murmullo al poder absoluto.
Buscaré mi apoyo en el pueblo. Este es el abc de todo usurpador. Ahí tenéis la ciega potestad que proporcionará los medios para realizar cualquier cosa con la más absoluta impunidad; ahí tenéis la autoridad, el nombre que habrá de encubrirlo todo.
En política todo está permitido, siempre que se halaguen los prejuicios públicos y se conserve el respeto por las apariencias.
Redactare una constitución en términos sumamente vagos y ambiguos para que los artículos que contiene sean susceptibles de diferentes interpretaciones.
No quiero que, al salir de las escuelas, los jóvenes se ocupen de política a tontas y a locas; que a los dieciocho años les dé por inventar constituciones como se inventan tragedias. Una enseñanza de esta naturaleza solo puede falsear las ideas de la juventud e iniciarla prematuramente en materias que exceden la medida de su entendimiento. Son estas nociones mal digeridas, mal comprendidas, las que preparan falsos estadistas, utopistas cuyas temeridades de su espíritu se traducen más tarde en acciones temerarias.