Bostezando con Charles Simic

   
 

    —Tal y como lo describe, su proceso creativo es muy sencillo y cualquiera podría hacerlo.
     —Escribo poemas todo el tiempo, y cada tres o cuatro años me detengo, echo un vistazo a lo escrito hasta ese momento, y decido si tengo suficiente para un libro.
     —Aparte de su falsa modestia, creo que le ocurre lo mismo que a todos los creadores puros. Cuando hablo de puros dejo fuera a los albañiles del entretenimiento folletinesco.
     —Lo más sorprendente que he aprendido es lo mucho que me repito y los poemas tan malos y mediocres que he escrito. Mis opiniones filosóficas están envueltas en la oscuridad. Mi único discípulo real era un gato negro que insistía en cruzar la calle delante de mí, haciéndome parar en seco. La verdad, tampoco es que la gente esté dando saltos y gritando: «¡Oh, qué bien, otro poeta! ¡Qué suerte tenemos!».
     —Ellos se lo pierden. Escribe usted poemas muy buenos y poemas que no me dicen nada, pero eso depende de mi circunstancia. De todos modos, no creo que entienda a los entretenedores, esos que trabajan de ocho a tres; a usted la inspiración le llega en los momentos más ajenos a su voluntad.
     —Escribo casi todos los días, y generalmente en la cama. Aparte de eso, no me complico la vida. He escrito poemas en sobres de facturas, en menús de restaurantes, en trozos de papel y en cuadernillos baratos. Pero dame un escritorio con vistas al Mediterráneo, una estilográfica Mont Blanc y carísimo material de papelería, y no moveré un dedo.
     —No sé qué pensará usted, pero yo creo que existe una verdad social perenne que viene de tiempos de los clásicos griegos o como dice Jaspers de la Edad Axial, una manera de vivir difusa, pero que garantiza cierta estabilidad para refugiarse de los vaivenes de la moda y de las locuras colectivas que se han sucedido a lo largo de la historia. Estaría representada por estoicos, cínicos, escépticos, taoístas o budistas, que comparten un sustrato común.
     —Un punto de acuerdo entre la filosofía oriental y la occidental es que los hombres viven como necios. Los poetas a quienes vale la pena leer suelen tener creencias que su época no comparte. Los poetas son siempre seres anacrónicos, obsoletos, anticuados y permanentemente contemporáneos. La literatura es una forma inteligente de propaganda al servicio de una causa determinada.
     —Desde luego, no parece usted un gurú que reparta consejos vacíos, ni un santo sabio que proclame haber encontrado la iluminación.
     —Con una treintena de libros editados y la gran variedad de poemas que he escrito desde entonces, le confieso que no tengo ni idea de quién soy. Sigo creyendo que Camus tenía razón. La lucidez heroica ante el absurdo es más o menos todo con lo que contamos.
     —No lo creo. Me parece que está molesto con Dios.
     —Una mujer sin techo en la esquina hablando con Dios y él, como siempre, sin nada que decir.
     —Seguramente le pedía favores a cambio de un rezo. Hay silencios muy significativos. Acaso Dios odie el nepotismo.
    —Jejeje.
     —Algo nos indica la dirección del Bien de una manera difusa, algo nos orienta, acaso esa verdad social perenne que no progresa y que se mantiene igual a lo largo de los siglos.
     —Sólo la poesía puede medir la distancia entre nosotros y el Otro.
     —Vaya, lo pensaré luego... Pero, dígame, estamos en la era del selfie, una manera muy rara de cumplir el consejo délfico de conocerse a uno mismo.
     —Sí. Recuerdo haber leído en un tabloide: «Ella fingía un orgasmo cada vez que se masturbaba».
     —Es que Instagram es una reserva de tontos aparentando ser felices.
     —La eternidad es el insomnio del Tiempo.
     —Sufre usted de insomnio.
     —He aquí la primera regla del insomnio: no hables con los héroes y los villanos de la pantalla. Pasé la noche acostado, pensando en la vastedad del universo mientras mi mujer roncaba en la almohada contigua. En cuanto a mi insomnio, era como si me llevaran al patíbulo cada noche y me obligaran a decir unas palabras.
     —Individualista o colectivista.
     —Ser una excepción a la regla es mi sola ambición. Soy un miembro de esa minoría que se niega a ser parte de ninguna minoría declarada oficialmente.
     —¿Qué opinión le merece la tontería?
     —El nuevo sueño americano es llegar a ser muy rico y que te sigan considerando una víctima.
     —Filosofía o política. Noúmeno o fenómeno.
     —Para cualquier teoría conspirativa, la historia es una farsa. Todo suceso público es un disfraz detrás del cual tienen lugar los sucesos reales. En este sentido, la conspiración es una teoría de la representación. Lo que ves no es lo que está ahí en realidad. La conspiración es la única teología verdadera. Todas las demás teologías forman parte de la gran conspiración.
     —Todo tiene apariencia de ser aparente. A mí lo que me jode mucho es que el metafísico también se alimente de lo banal.
     —Escribo para una escuela de filósofos que darán banquetes y serán recordados por pedir la tercera o la cuarta ración de un plato mientras debaten sobre metafísica. Filósofos que buscan esos momentos en que los sentidos, la mente y las emociones se experimentan a la vez. Identificar lo que permanece intacto, no afectado por el cambio, ha sido la tarea del filósofo. El arte y la literatura, por el contrario, se deleitan con lo efímero: el olor del pan, por ejemplo.
     —Sí, pero el arte habla de un olor a pan en un instante eterno.
     —Así es. Lo que el poeta lírico quiere es convertir su fragmento de tiempo en eternidad. ¿Puede un instante intemporal de conciencia expresarse de manera adecuada en un medio que depende del tiempo, a saber, el lenguaje? He ahí el problema del místico y del poeta lírico.
     —Ya veo. Lo que ocurre es que los místicos pendulan entre lo cósmico y lo cómico. Hablaba usted de apariencias: los políticos se esconden hoy tras los expertos, como ventrílocuos tras las marionetas.
     —Hace siglos, cuando los consejeros y los videntes del rey se equivocaban al predecir el resultado de las campañas militares, eran torturados y luego ejecutados públicamente.
     —Eso sí que es asumir riesgos.
     —En la actualidad, siguen recibiendo el nombre de «expertos» y salen en televisión.
     —¿Qué opina del nacionalismo?
     —El nacionalismo es amar el olor de nuestra mierda colectiva.
     —Y odiar la ambrosía de los demás.
     —Sin la especia del odio, ninguna creencia o ideología tiene posibilidades de hacerse popular. Para ser un creyente genuino tienes que ser un campeón del odio.
     —Ama usted la brevedad porque se cansa pronto de escribir, me parece.
     —Nunca «escribo». Sólo jugueteo. Decir poco y dar a entender mucho, de eso trata la poesía. Poema corto: sé breve y dínoslo todo. Aspiro a crear una especie de no género hecho de ficción, autobiografía, ensayo, poesía y, por supuesto, ¡chistes!
     —¿Se aburre mucho?
     —Bueno, en el zoo me encontré con muchos animales tan aburridos de la vida como yo.
     —Cioran hablaba con las estatuas.
     —Ya, pero a mí hasta los maniquíes sonrientes de los escaparates me ojean con recelo.
     —Qué opinión le merece el surrealismo, que en mi opinión es una criptografía de lo azaroso o de lo primero que sale.
     —Mi reproche al surrealismo es que adora la imaginación por medio del intelecto.
     —¿Para quién escribe?
     —Quiero mostrar a los lectores que las cosas más familiares que les rodean son ininteligibles.
     —Tampoco los poetas saben nada.
     —La mayoría de los poetas no comprenden ni sus propias metáforas.
     —¿Le gusta la música que le he puesto?
     —El jazz tiene que ver con la alegría. Vieja alegría convertida en nueva alegría.

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