Al borde del fascismo

Desconozco si había leído el Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, de Gobineau. Tampoco sé si aquel hombre que dormía era partidario de un pangermanismo, de un paneslavismo o de un pancatalanismo. El hombre durmiente aquella noche soñó que llevaban más de 500 años esclavizados por un imperio bárbaro. Su líder carismático defendía el gobierno omnipotente de una élite angelical que, curiosamente, qué coincidencia, estaba conformada por los habitantes de su región, por sus vecinos. No creo que aquel hombre que dormía plácidamente conociera las explicaciones de Gerhard Ritter acerca de los movimientos de masas, que para Hanna Arendt eran esenciales en el desarrollo del fascismo al crearles un mundo imaginario a base de ingeniería social. No creo que supiera el hombre que dormía que Benedetto Croce hablaba del fascismo como de un mal sueño, mientras que Gaetano Salvemini lo situaba como un desequilibrio psicológico colectivo. El hombre que dormía estaba obsesionado con votar acerca de asuntos que les superaban. Como pensaba que llevaban razón, no veía el por qué tendrían ellos que respetar lo ya votado. Acudía a las manifestaciones porque se sentía bien, todos pensaban como élLa policía, que en vez de cascos llevaba cuernos, les golpeaba sin misericordia con sus tridentes y ellos agradecían los golpes con una especie de esquizofrenia masoquista, al alimentar su propaganda. Son los franquistas, decían. Pero por la mañana, cuando despertó, se sintió extraño, aliviado, como si en el fondo la obsesionante misantropía de su propia ineptitud hubiera abandonado su alma. Ya en el cuarto de baño, frente al espejo, al ver su imagen reflejada, no consiguió reconocerse.


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