Política: indignación o resignación
Termino mi café y me entretengo leyendo un artículo que sobre el libro de Daniel Innerarity, La política en tiempos de indignación, ha escrito José María Ruiz Soroa. Pienso en lo que la democracia debe ser y vienen a mi cabeza las siguientes palabras que anoto en una servilleta: posibilidades, angelicales, heroicas, ingenuidad, demagogia, histrionismo, emoción, simplificación, promesas, expectativas, utopía, idealismo, decepción, indignación, desafección, desilusión, rechazo. Luego pienso en lo que la democracia puede ser y anoto estas otras: límites, conservadurismo, cinismo, mano invisible, equilibrio, pragmatismo, tecnocracia, realismo, resignación, conocimiento.
Me caben pocas dudas de que la más perfecta democracia, con hombres al timón y no ángeles, será siempre decepcionante. Entre otras cosas, porque la capacidad para ser elegido no es la misma que se necesita para gobernar. Desde mi punto de vista, quien quiere el poder ya está corrompido de alguna manera. Se piensa que la política, como subsistema social, es capaz de erigirse en directora jerárquica de la sociedad, y, en realidad, hay una red compleja de subsistemas entrelazados. La política no puede resolver por sí sola todo tipo de problemas, no es la instancia adecuada de competencia universal.
Cuanto menos mal haya a nuestro alrededor más sobresalen los residuos malignos que siempre continuarán existiendo. Para valorar una democracia sólo hay un método, compararla con la de los países del entorno. La constante indignación es una actitud adolescente y el idealismo sobreactuado juega en contra de lo democrático. Por ejemplo: Hay que votar, claro que sí, pero también, respetar lo ya votado, algo que muchos han olvidado. Esto hace que, algunas decisiones poco populares, con mucho coste electoral, se hayan terminado delegando en instituciones como la Unión Europea.
Pienso en los sabios que hubieran gobernado aquella elitista República de Platón. La política, distribuida entre los partidos, el poder legislativo y el ejecutivo, es un marco poco inteligente, donde destaca la algarabía y reinan las opiniones. El tercer poder, el judicial, si descontamos la palpable contaminación política, sí aspira a aproximarse a una verdad positiva y, por ello, utiliza a peritos y a expertos como método de decisión.
Por eso la ideología se convierte en un atajo que se utiliza para superar el sesgo entre la intención de opinar y la capacidad para hacerlo inmersos, como estamos, en la complejidad. Los partidos gestionan esos paquetes ideológicos con un "contenido" lleno de emotividad y simplicidad más propios del marketing y la propaganda.
Me caben pocas dudas de que la más perfecta democracia, con hombres al timón y no ángeles, será siempre decepcionante. Entre otras cosas, porque la capacidad para ser elegido no es la misma que se necesita para gobernar. Desde mi punto de vista, quien quiere el poder ya está corrompido de alguna manera. Se piensa que la política, como subsistema social, es capaz de erigirse en directora jerárquica de la sociedad, y, en realidad, hay una red compleja de subsistemas entrelazados. La política no puede resolver por sí sola todo tipo de problemas, no es la instancia adecuada de competencia universal.
Cuanto menos mal haya a nuestro alrededor más sobresalen los residuos malignos que siempre continuarán existiendo. Para valorar una democracia sólo hay un método, compararla con la de los países del entorno. La constante indignación es una actitud adolescente y el idealismo sobreactuado juega en contra de lo democrático. Por ejemplo: Hay que votar, claro que sí, pero también, respetar lo ya votado, algo que muchos han olvidado. Esto hace que, algunas decisiones poco populares, con mucho coste electoral, se hayan terminado delegando en instituciones como la Unión Europea.
Pienso en los sabios que hubieran gobernado aquella elitista República de Platón. La política, distribuida entre los partidos, el poder legislativo y el ejecutivo, es un marco poco inteligente, donde destaca la algarabía y reinan las opiniones. El tercer poder, el judicial, si descontamos la palpable contaminación política, sí aspira a aproximarse a una verdad positiva y, por ello, utiliza a peritos y a expertos como método de decisión.
Por eso la ideología se convierte en un atajo que se utiliza para superar el sesgo entre la intención de opinar y la capacidad para hacerlo inmersos, como estamos, en la complejidad. Los partidos gestionan esos paquetes ideológicos con un "contenido" lleno de emotividad y simplicidad más propios del marketing y la propaganda.