Debussy




Me hago aficionado a la música clásica con Debussy. En 1891 se produce el salto. El "Preludio a la siesta de un fauno" produce una ruptura con la música romántica. Las escalas de tonos enteros, con su quietud, sin tensiones, de seis notas, donde no hay una tendencia de un sonido hacia otro, como unas velas mecidas sutilmente. Combinada con la escala pentatónica, que siempre suena bien. Los acordes paralelos diluyen la tonalidad [sin cambiar la forma de la mano (do mi sol)]. Disonancias que no acaban en consonancias. Se trasladan las séptimas dominantes paralelamente. Se elimina la tensión, surge el color. Ya no hay chin pun con el que acaban la mayoría de las obras anteriores. La música es el hogar de los solitarios, o quizá su último refugio, donde el fuego alumbra una forma enrarecida de sosiego, un placebo idílico con el que no desvanecerse en ese vacío insondable de lo pensado. En la música nos esperan todos los edenes soñados, incluso los largos caminos tenebrosos y esperanzados que a ellos conducen. Con Debussy aparecen las fragancias, las nieblas, los rumores de los bosques. Sin la tensión romántica, la música se torna etérea, ya no desarrolla los temas, no trata de explicar, no hay transiciones. Simbolismo, poesía, la vaguedad recoge el testigo, es el turno de lo incorpóreo. Una armonía de sonidos que hace soñar, donde prima la sugestión, lo evocado, lo indefinido, que despierta el alma y sus fantasmas. Comienzo a deambular sin rumbo. El mundo aparece como un misterio a descifrar que intuyo indescifrable. Camino sabiendo que no voy a llegar a ningún sitio. Es un paseo. La melodía se disuelve, no contesta, no afirma, se evade, balbucea un mundo encantador y onírico, como una vibración del alma, un recorrido inconsciente y brumoso donde los colores apagados se vislumbran en toda su ideal intensidad. Una música en la que la brisa me acaricia la cara, donde huele a mar, a bosque húmedo, donde las ninfas cantan en la lejanía y un resto de lumbre señala un refugio próximo. La tristeza no existe, sólo es un ligero picor que no molesta sino que realza a la realidad de pura poesía. En plena espesura me siento abandonado, pero no absolutamente. Como otra forma de ser religioso, de intentar salvar de lo temporal a los sueños del hombre.



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