La 'Patafísica como conciencia de un estado de conciencia especial




Una poesía filosófica, o filosofía poética, como diría Zambrano, musical, míxtica, donde lo verdadero es la alucinación, la hermenéutica cínica, lúdica y excéntrica, que sabe reconocer que la visión no está en los filósofos, sino en los artistas.

La palabra «patafísica» es una contracción de ἐπὶ τὰ μετὰ τὰ φυσικά («epí ta metá ta physiká»), que se refiere a 'aquello que se encuentra «alrededor» de lo que está «después» de la Física'. La Metafísica se topó con sus propios límites. Más allá solo nos queda jugar con las interpretaciones, con las posibilidades, con la locura, con las alucinaciones.

Un saber inútil. Sería útil si supiéramos lo que de verdad es útil. Todo empezó como una broma de un excéntrico payaso. Pero derivó a un peculiar método contemplativo y literario, un especial movimiento en pro del reposo contemplativo, que se extasía con los destellos edénicos que surgen del misterio profundo. “Un gran poeta francés de comienzos de este siglo, Alfred Jarry, el autor de tantas novelas y poemas muy hermosos, dijo una vez, que lo que a él le interesaba verdaderamente no eran las leyes, sino las excepciones de las leyes; cuando había una excepción, para él había una realidad misteriosa y fantástica que valía la pena explorar, y toda su obra, toda su poesía, todo su trabajo interior, estuvo siempre encaminado a buscar, no las tres cosas legisladas por la lógica aristotélica, sino las excepciones por las cuales podía pasar, podía colarse lo misterioso”, nos dice Cortázar. Un estado de conciencia proclive al extrañamiento.

Destellos que significan lo que una voluntad (en términos schopenhauerianos) real decida. La realidad no está en conocer el ser, sino en el querer, siendo el conocimiento una forma sutil de querer.

Sabemos que un epifenómeno es lo que se agrega a un fenómeno. Estamos más allá de la metafísica, al igual que la metafísica lo está de la física. Por qué sino Cortázar dice que “El hombre de nuestro tiempo cree fácilmente que su información filosófica e histórica lo salva del realismo ingenuo. En conferencias universitarias y en charlas de café llega a admitir que la realidad no es lo que parece, y está siempre dispuesto a reconocer que sus sentidos lo engañan y que su inteligencia le fabrica una visión tolerable pero incompleta del mundo. Cada vez que piensa metafísicamente se siente «más triste y más sabio», pero su admisión es momentánea y excepcional mientras que el continuo de la vida lo instala de lleno en la apariencia, la concreta en torno de él, la viste de definiciones, funciones y valores (...) Si se lo interroga, dirá que no cree del todo en la realidad cotidiana y que sólo la acepta pragmáticamente. Pero vaya si cree, es en lo único que cree” ¿Qué es lo verdadero? ¿Qué es lo real? En el fondo nada es evidente. El hecho de que hoy nos parezcan evidentes tantas cosas, casi todas, es uno de los errores de nuestra actitud anímica. La realidad está compuesta de creencias, pero hay que saber que son creencias, y no por serlo son débiles, qué va, son creencias fuertes, potentes, generadoras de una sólida realidad.

Estudiamos las leyes que rigen las excepciones, explicando un universo suplementario al común, como "solución imaginaria que atribuye simbólicamente a los lineamientos las propiedades de los objetos descritos por su virtualidad", los síntomas no observados por todos aquellos que buscan la semejanza, lo general, la síntesis, la analogía, el Uno, místico o racional, el Logos, la ley del todo.

Huímos de la gran explicación unificadora que propugna la ciencia y el místico. Ser es encontrar regularidades al estar. Por ello, dada nuestra aversión por lo normal, por lo regular, nosotros nos dedicamos a estudiar los “estares” no los seres.

Analizamos fenómenos puros, no nos fijamos en las sombras proyectadas platónicas: analizamos fenómenos sin broncear. Y cuando detrás del fenómeno ya no se percibe la alargada sombra nouménica, el fenómeno se convierte en noúmeno.

Queremos ser una crítica al sentido común, a los dictados de la moda. Nuestros héroes son los cínicos, los extravagantes, los heterodoxos. La verdad huele a moda. Preferimos la verdad de los raros. Así, Cortázar comenta que “mucho de lo que he escrito se ordena bajo el signo de la excentricidad, puesto que entre vivir y escribir nunca admití una clara diferencia; si viviendo alcanzo a disimular una participación parcial en mi circunstancia, en cambio no puedo negarla en lo que escribo puesto que precisamente escribo por no estar o por estar a medias (...) Escribo por falencia, por “descolocacion". “También el filósofo se extraña y se descoloca deliberadamente para descubrir las fisuras de lo aparencial (…) Su actitud se vuelve defensiva, egoísta si se quiere puesto que se trata de preservar por sobre todo la lucidez, resistir a la solapada deformación que la cotidianidad codificada va montando en la conciencia con la activa participación de la inteligencia razonante”.

No podemos olvidar referirnos al arte puro, a la música. La espiral es el símbolo que nos acompaña, como muestra de torbellino, sol, luz, fuerza cósmica arbitraria, respiración del misterio, peregrinaje del alma. No hay un sistema cerrado, circular. No cree en el eterno retorno nietzscheano. Avanza o retrocede, en función del sentido que imagine. La música está implícita, cómo no, en la espiral de la clave de sol, que traza una curiosa rúbrica y reafirma la presencia de un mundo sonoro, un silencio roto por estallidos de vibraciones armónicas que cambia el estado nunca ecuánime de los hombres y que nos alimenta de nuevas voluntades. Dentro de nuestro método patafísico de contemplación del mundo la música, en especial la clásica, tiene una importancia fundamental. Schopenhauer ya dijo que en la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro y el mundo no es sino música hecha realidad, música como una revelación más alta que ninguna filosofía, que empieza donde se acaba el lenguaje y, quizás, me permite comunicarme con el más allá. La pintura, la escultura, son artes menores. Donde esté la música, el arte misterioso por excelencia, el lenguaje inefable que habla de lo inefable, y que para ser accesible a la masa se ha prostituido y ha acabado muriendo  rebajado a la melodía hueca y al ritmo. Un arte que se recuerda, se anticipa y se extingue en meros compases superficiales y machacones. La repetición solo es válida cuando se busca en la música la conciencia de un estado hipnótico. La música, como arte puro, debe ser armonía y atonalidad, representación de la voluntad misteriosa. La armonía no se canturrea, te agarra el corazón, te lo expande o te lo estruja, te da la vida o te la quita. La atonalidad, su disonancia, se vive como tensión pero se disfruta, al mismo tiempo, en la tensión, en la esperanza en la Unidad, en la Tonalidad Suprema, en el Tao, en el fin de la tensión, en el fin de la resistencia, en el fin de la conciencia. La atonalidad te promete algo. Lo único que dice la tonalidad son simplezas. De lo que no se puede hablar, mejor callar, y si se habla, mejor que no se entienda. ¿Para qué entender una película de Tarkovski? Es mucho mejor quedarse asombrado, expectante y jodido.

Si en lenguaje Patafísico un agujero es una ausencia rodeada de presencias y esto es interpretado como un pensamiento absurdo para la masa, quiere decirse que la ‘Patafísica es solo para iniciados, para una élite. Lo absurdo no es lo ilógico sino lo excepcionalmente lógico.

Homenajeemos a nuestros patacesores, aquéllos patafísicos que vivieron antes del nacimiento de le ‘Patafísica, pero que ya eran patafísicos por naturaleza: Sócrates, Platón, Lao-Tse, Diógenes, Pascal, Berkeley y tantos otros plenamente conscientes de la Caída.

Julio Verne quería conseguir que lo fantástico pareciera científico. Cortázar, sin embargo, quería lo contrario, que el orden anodino y calmo de lo real desvelara los abismos de asombro que lo sostienen. Leyendo a Hawking, a Dawking o a cualquier otro científico inculto, se recobra vivamente el sentimiento del absurdo: la teoría de las cuerdas, el Big Bang, los multiversos… Ya no hay que creer porque es absurdo, sino que es absurdo porque es imprescindible creer…  para poder vivir, para poder moverse, ante una realidad inconcebible.

Quizás Vila-Matas sea un nuevo sátrapa patafísico, de momento oculto. Él conoce que nuestra verdad proviene de la alucinación, de la dictadura del instante, del estar, del presente preciso. La dictadura del ESTAR que ha destronado la del SER. Seamos conscientes, a partir de ahora, de que nuestra certeza solo tendrá cinco minutos de vigencia.

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