El individuo contra el Estado




Alguien es liberal cuando, humildemente, sospecha que su visión del mundo pudiera no ser la correcta, por lo que es necesario respetar las visiones de los demás. Habrá que regular a través de la moral, la costumbre o la ley, los roces que la convivencia conlleva y así expandir el espacio vital de cada una de estas visiones.

• No se trata de eliminar el Estado, siempre necesario (seguridad social, policía, jueces, leyes, educación), sino de reducir su tamaño.

Salvo que haya ángeles o santos al frente, hay que limitar el poder. Personas ingenuas e idealistas terminan por descubrir que, generalmente, el que quiere el poder es para usarlo y no para resolver los problemas de los demás.

Hay quien piensa que lo público es más importante que lo privado. Se basan en la creencia de que el Estado puede ser un juez y un gestor absolutamente competente. Pero el estado solo sabe acumular poder. El creciente poder de una organización administrativa, que se robustece por momentos, va acompañado por una disminución de poder del resto de la sociedad.

• Las promesas son alimento para el idealista. Su incumplimiento es alimento para el pragmático.

• Cada aumento de la política regulativa significa un aumento de la burocracia y un creciente poder de los organismos administrativos.

Resulta sorprendente el amor que algunos profesan por el déficit público, que no es otra cosa que gastar hoy el dinero de nuestros hijos, como una forma de robo. La deuda pública sólo debería asumirse para financiar infraestructuras e inversiones que también beneficiarán a las generaciones futuras.

• El pueblo, habituado erróneamente  a considerar los beneficios recibidos del Estado como gratuitos, alienta continuamente esperanzas de recibir otros nuevos.

• El amor al poder, el egoísmo, la injusticia, la deslealtad, que a menudo y a corto plazo conduce a las organizaciones privadas al desastre, superviven en los Estados al disponer estos de recursos casi ilimitados (sobre todo si pueden emitir moneda, emisión que terminarán sufragando los ciudadanos en forma de inflación).

• Si los pueblos, mediante un plebiscito, eligen a un déspota, ¿permanecen libres porque el despotismo ha sido creación suya? ¿Son las medidas coercitivas dictadas por éste legítimas porque son las consecuencias últimas de su voto?

• Es fácil hallar ejemplos que prueban, por reductio ad absurdum que el derecho de la mayoría es un derecho puramente condicional, válido únicamente dentro de determinados límites. Supongamos que la mayoría de los socios de una biblioteca, pensando que en las actuales circunstancias el ejercicio del tiro es más importante que la lectura, decide cambiar el propósito de la asociación y aplicar los fondos existentes a la adquisición de balas, pólvora y blancos. Los miembros de una sociedad se hallan ligados, en los asuntos concernientes a la realización del objeto para el que se unieron, pero no para otros.

• Influencias de varias clases pueden conspirar para fortalecer la acción colectiva y debilitar la individual. Cada miembro de la comunidad en cuanto individuo sería un esclavo de la comunidad en conjunto. Tal relación ha existido habitualmente en las comunidades combativas, como la antigua Esparta. El resultado final sería la resurrección del despotismo. Un ejército disciplinado de funcionarios civiles, como un ejército de militares que confiere el poder supremo a su jefe.

• El pueblo parece no comprender la verdad de que el bienestar de una sociedad y lo justo de su organización dependen fundamentalmente del carácter de sus miembros, y que ninguna mejora puede lograrse sin un perfeccionamiento de ese carácter.

                       
                         
                       
           

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