con la lectura la carne se hace verbo

Aunque el presente solo exista en lo infinitesimal, el pasado suene a reconstrucción falseada y el futuro me huela a quimera, hay algo confusamente nítido en este sutil progreso retrógrado, que no debe confundirse con lo retroprogresivo panikeriano. Muchas sombras aplauden las mismas cosas que a mí me fustigan con largos bostezos. En estos tardíos recuerdos del futuro, los fragmentos del presente son las piezas armónicas en el tiempo, donde el espacio sale disonantemente derrotado. Más que espacio-paisaje, prefiero el tiempo-paisaje. Sobre todo cuando veo a mi hámster viajar sin cambiar de perspectiva a bordo de su ruleta ryanairiana. El tiempo se expande cuando uno tiene un café aromático humeante delante de sus narices y extravía la vista deleitándose con el acorde de séptima de un piano. Ya no hay volutas de humo que pierdan peso, lo momentáneo se ha coagulado en una especie de dibujo que resalta del mundo sus disonantes caminos que me llevan siempre a los mismos lugares, donde el pasado nunca termina de pasar.



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