Me levanto tarde. Voy al baño. Me quito las gafas de miope y veo mi imagen en el espejo: de cerca, expresionismo; de lejos, impresionismo. Es como pasar de lo anecdótico a lo otro, algo de lo que la gente no habla.
   Salgo a dar una vuelta y a tomarme un café. Mientras camino, me martillea en la cabeza algo que alguien —qué importa su nombre— garabateó en un papel cuadriculado:
O Dios quiere impedir el mal y no puede o puede y no quiere o no puede y no quiere o quiere y puede. Si quiere y no puede, es impotente. Si puede y no quiere, es perverso. Si no puede y no quiere, es tan impotente como perverso. Pero si quiere y puede, ¿por qué no lo hace?
¡Ah, maravilloso! Qué gran verdad, ¿no es cierto? Pues no. La razón humana ve incoherencia al intentar aprehender el mal y el sufrimiento porque lo hace a través de una concepción de la justicia, el bien y la coherencia que es ajena. No es posible participar de una cosmovisión verosímil sin asumir determinados supuestos antropológicos, ni tampoco sin una cierta filosofía de la historia. En sí, la frase es un sofisma que quiere decir: no existe el Bien porque existe el Mal; no existe Dios porque existe el Diablo. Para derribar una inefable entidad supuestamente imaginaria introducen en la escena a otra entidad incompatible con la primera. ¿Esto es lo racional? No, es una simple lucha entre idealistas pésimos: unos creen en el Bien y otros en el Mal. Si el mundo fuera justo no habría mal para los buenos, dicen, aplicando silogismos envenenados.
   Algo muy platónico esto de los valores objetivos. Nada de convencionalismos, solo ley natural, idea real. ¿Y su hermenéutica? Ninguno de ellos contempla la posibilidad de que el mal sea, en realidad, un bien oculto. O al contrario. Platón sabía que el Bien no estaba a nuestro alcance, solo el bien puede ser manoseado, eso sí, siempre tras el consabido velo dialéctico que todo lo empaña.
   Pero la absoluta soledad del hombre que sufre le obliga a abrirse ante el misterio como remedio irracional al sufrimiento. Esa apertura es humilde, sumisa, optimista, y el sufriente termina acurrucándose en ella con confianza. ¿Realidad o ilusión?, se preguntará el sano; pero el dolorido jamás dudará de su propia realidad. Por eso quiere escapar.
   Un café solo, por favor.


Entradas populares

Piedras