Calles

Ya estamos en la fase de protesta callejera, a la que se ha unido, cómo no, la izquierda burguesa revolucionaria. Se ha adelantado unos días, pero iba a ocurrir de todos modos. El mundo totalitario está testarudamente movilizado. Sin embargo, la mayoría silenciosa es débil pues no basta con que la libertad de expresión esté tutelada por el sistema jurídico, también hace falta que no haya miedo ni incomodidad. Allí donde existen intimidaciones, y donde desviarse de la ortodoxia dominante nos pone en problemas, la libertad de expresión se ve anquilosada y, por consiguiente, la misma libertad de pensamiento resulta deformada, a excepción de unos pocos héroes solitarios. Un sistema totalitario se caracteriza por la estructura de un conjunto de antivalores rígidamente monocéntrica y monocolor, donde todos los foros de socialización son víctima de una única propaganda que retroalimenta obsesivamente un mundo cerrado que no desea influjos externos y que censura —como enemigo exterior— todos los mensajes del mundo circundante.

Schumpeter escribió que el ciudadano típico se precipita a un nivel inferior de rendimiento mental nada más entrar en el terreno político: razona y conduce sus análisis de un modo infantil si lo aplicara a su propia esfera de intereses; vuelve a convertirse en un primitivo, en un hipócrita, en un cursi y su pensamiento es dominado por un espíritu afectivo y peligrosamente asociativo, donde el balido ovino se convierte en un runrún contagioso.

Las elecciones no deben decidir las cuestiones, sino quién será el que las decida, como un instrumento esencial para controlar a los dirigentes, pero totalmente ineficaz si se le considera apropiado para indicar las preferencias de la mayoría.

El elector es un gran simplificador, no tiene capacidad racional para el cálculo de los medios necesarios y suficientes para según qué fines. En ese momento se precisa, no sólo información y opinión, sino también conocimiento y auténtica competencia.

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