La eterna juventud

Me producen gran inquietud las respuestas que da María Blasco, directora del laboratorio del Grupo de Telómeros y Telomerasa del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, en una entrevista publicada en el número 433 de la Revista de Occidente. La búsqueda de la eterna juventud ya aparece en la Epopeya de Gilgamesh, primer poema épico conocido, escrito durante el tercer milenio antes de Cristo en Mesopotamia. Y aunque no es lo mismo eterna juventud que inmortalidad, la investigación camina a buen paso para eliminar el envejecimiento. La inmortalidad no será posible debido a los accidentes, desastres naturales o suicidios.

Sin duda los científicos que logren esta eterna juventud pecarán de hybris; de nada valdrá su empeño en hacernos vivir las repeticiones cinco veces más. Sirva como metáfora irónica el propio cáncer, cuyas células son tan inmortales que no paran de dividirse hasta causar la muerte del organismo en el que habitan. De una célula que no murió cuando debía viene la muerte temprana del conjunto.

¿De verdad hay alguien que quiera vivir quinientos años? Allá ellos.

Hay dos alternativas para enfrentarse a la muerte: por un lado, quien la vea como un punto final deberá simpatizar con el concepto de 'nada', una cuestión muy complicada; y quien la considere como un punto y seguido tendrá que vivir con esperanza y temor a los preparativos de un próximo viaje desconocido.

Sócrates, en el Fedón, pertenece prudentemente a los del segundo grupo y dice: «[...] bien merece la pena correr el riesgo de creer en ella [la inmortalidad del alma]. Es un azar precioso al que debemos entregarnos».



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