Urnas

Artur Mas dijo ayer: «Aquí [en Cataluña] hay siete millones de habitantes que quieren seguir siendo europeos, ahora imaginen que mañana hay una independencia no pactada con España y de repente España se queda sin el 20% del PIB pero con el 100% de la deuda pública. ¿Cree que los mercados no actuarían?». Cataluña tiene la calificación de «bono basura» y, como no puede financiarse (independientemente) en los mercados, ha ido recurriendo durante los últimos años al aval del Tesoro Público de España, es decir, la deuda catalana ha sido traspasada a la española. Ante semejante ayuda, él amenaza con la ruptura con España y dejarnos la deuda para que la paguemos el resto de españoles.

Se ha instalado entre la ciudadanía la idea de que la democracia consiste básicamente en votar. La isonomía, el respeto a lo ya votado, atenerse al marco jurídico y la división de poderes que regula la convivencia es ya una cuestión de segundo orden, siempre subordinado a lo verdaderamente importante: la votación de la gente.

Francisco J. Laporta, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid escribía en El País que «esta supuesta variante de la democracia acaba por generar un veredicto político deformado por la ignorancia, la información sesgada y la alteración emocional». Pero queda la impresión de que «la gente» ha decidido, una «ilusión de la legitimidad que cualquiera que lo ponga en cuestión corre riesgos importantes». En realidad, no estamos ante una decisión sino de una simple «agregación artificial de preferencias individuales mediante un algoritmo tosco».

Los referéndums debilitan la democracia representativa al minar el papel e importancia de los representantes elegidos. Los electores no siempre tienen los elementos necesarios para tomar una decisión informada y no deben tomar decisiones basadas en un conocimiento parcial o en factores que nada tienen que ver con el tema.

Pero lo más graves es que, si el Ejecutivo tiene la capacidad de determinar cuándo, cómo, dónde y por quién se realiza un referendo, lo pueden utilizar como un arma política muy potente para acumular poder. Algunos factores:

1. Lo normal será que un gobierno solo convoque un referéndum cuando las encuestas le parezcan favorables. Si está convencido de que lo va a perder simplemente no lo convocará. Otra cuestión es que luego fallen en sus predicciones, como lo ocurrido con el brexit o en Colombia.
2. El ejecutivo acumula un excesivo poder para hacer campaña a favor de una opción, algo que desequilibra el resultado. Acordémonos del referéndum de la OTAN en España.
3. La misma pregunta marcará las posibles respuestas en función de cómo se plantee y de las posibles alternativas a elegir. No es lo mismo «¿Quiere usted que Cataluña sea al fin liberada de la dominación española?» que «¿Quiere usted que Cataluña se vea obligada a años de ruina por salir de la Unión Europea?» o «¿Desea usted la independencia de Cataluña o la supresión total de las autonomías?». O recientemente, en Madrid: «¿Llamamos a este parque Valdebebas o Felipe Vl?» o «¿Lo llamamos Felipe VI o Hitler?»
4. Si el ejecutivo se dedica a trocear el sujeto soberano siempre encontrará minorías que voten por lo que a este le conviene. La Generalidad de Cataluña quiere trocear la soberanía española para otorgársela a los catalanes. Es como si solo los calvos pudieran votar a favor o no de subvencionar los trasplantes de cabello. Así, Cataluña podría separarse del resto de España, pero el resto de España no podría separarse de Cataluña. ¿Qué pasaría si se sometiera a votación la independencia y en Cataluña saliera 'no' y en el resto 'sí'?
5. El gobernante podría repetir el referéndum hasta que por fin salga lo que él desea. Acordémonos de Quebec o Escocia.

Esto es lo que hace de este método de toma de decisiones algo nefasto, porque puede llevar a soluciones muy manipulables, erróneas e irreversibles. Las decisiones colectivas tomadas mediante simplezas de agregación de preferencias, en conflicto de intereses, gran excitación informativa y sobre asuntos complejísimos no pueden decidirse así.

La democracia no es sólo la imposición del parecer de la mitad más uno de los votantes. El otro componente de los sistemas democráticos es el respeto de los derechos de las minorías y los controles que ejercen instituciones y los demás poderes como las cortes o los tribunales. Pasar por encima de unos y otros apelando al supuesto querer de las mayorías momentáneas es lo opuesto al Estado de derecho democrático, algo que, precisamente, ha desmantelado algunas democracias. La gente tiende a votar sobre cosas muy distintas a las que se preguntan, inclinándose en realidad sobre si les gusta o no el líder que convoca el referendo y otras cuestiones accesorias.

¿Qué ocurriría si en España se hiciera un referéndum para decidir el destierro de Artur Mas? Como no sería legal podríamos llamarlo «proceso participativo». Él es tan demócrata que seguro que aceptaría el resultado de las urnas y, al fin, nos veríamos libres de semejante fantoche.


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